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La intervención psicológica también ha mostrado ser eficaz para prevenir la realización de la agresión sexual y reducir el malestar de las personas que la perpetran. Factores como el acúmulo de situaciones estresantes, la presencia de actitudes machistas, el consumo de sustancias o la dificultad para gestionar emociones desagradables (depresión, la ansiedad, ira, etc.), podrían favorecer las agresiones sexuales que supondrían, a su vez, un mecanismo para afrontar dicho malestar. Este sistema de afrontamiento que, a corto plazo, puede aliviar el malestar de quien agrede, ocasiona consecuencias negativas a medio y largo plazo (tanto en el agresor como por supuesto en la víctima). A través de la intervención psicológica, se trabajan aquellas variables personales que podrían mantener el problema como las estrategias de autocontrol, la autoestima, la gestión emocional o algunas ideas y concepciones que podrían estar desajustadas. Asimismo, se aborda el ámbito de las relaciones interpersonales a través de la mejora de habilidades de comunicación y empatía. En este punto, también resulta necesario trabajar la dimensión sexual, para favorecer el ejercicio de una salud responsable en este ámbito. A partir de este trabajo, se acompaña a cada una de las personas en un proceso de fortalecimiento personal que permita, reubicando su experiencia pasada, reaprender la relación consigo mismo y los demás.